Profetas.

Profeta, nabí, roch, vidente, adivino, todo viene a ser la misma cosa.

Coinciden todos los autores de la antigüedad, al afirmar que los egipcios, los caldeos y los otros pueblos tuvieron sus profetas, sus adivinos.

Estas naciones eran muy anteriores al insignificante pueblo judío, que cuando consiguió formar una horda en un rincón de la Tierra, no tuvo otro lenguaje que el de los pueblos vecinos, y que, tomó de los fenicios hasta el nombre de su Dios, al propio tiempo que los principales ritos y las costumbres.

Alguien ha dicho que el primer adivino, el primer profeta, fue el primer bribón que se encontró con un imbécil; esto explica porqué hubo profecías y profetas en la más remota antigüedad.

Al fraude se ha agregado el fanatismo: estos dos monstruos toman fácilmente alojamiento en el cerebro de los hombres.

En nuestros días hemos visto llegar a Londres desde países lejanos muchos profetas semejantes a los de los judíos, que exponían grandes embustes con inefable entusiasmo. Hemos visto a Jurieu profetizar en Holanda. En todos los tiempos hubo impostores que hacían atrevidos vaticinios y miserables o necios que les daban crédito.

El mundo está plagado de sibilas. El Alcorán cuenta doscientos veinticuatro mil profetas.

El obispo Epifanio, en sus notas sobre el pretendido canon de los apóstoles, cuenta setenta y tres profetas judíos y diez profetisas. El oficio de profeta entre los judíos no era ni una dignidad ni un grado ni una profesión con carácter oficial; no se acreditaba a nadie de profeta como se acredita de doctor en Oxford o en Cambridge. Profetizaba libremente quien quería; bastaba con tener, o con creer tener, o con fingir tener vocación y el espíritu de Dios. Se predecía el porvenir bailando y tocando el salterio. El mismo Saul, que era un hombre reprobable, alardeaba de profeta. En las guerras civiles tenían los bandos rivales sendos profetas como tenemos nosotros los escritores de Grub-street.

Los dos partidos se trataban recíprocamente de locos, de visionarios, de embusteros, de bribones, y sólo en esto decían todos verdad. Scitote Israel stultum prophetam, insanum virum spiritualem, dice Oseas según la Vulgata.

Los profetas de Jerusalem son extravagantes, hombres sin fe, dice Sofonías, profeta de Jerusalem. Todos eran como nuestro boticario Moere, que hace publicar en las gacetas: Tomad mis píldoras; no os fiéis de las imitaciones

El profeta Miqueas vaticinaba grandes males a los reyes de Samaria y de Judá; el profeta Sedequías le dio un enorme bofetán, diciéndole: ¿Como ha pasado el espíritu de Dios por mi para ir a ti?

El profeta Ananías, ofende de palabra y de obra a Jeremías, que profetisaba en favor de Nabucodonosor.

El profeta Oseas no gasta muchos rodeos ni se anda con eufemismos para enterarnos de que Dios le ha dicho que se busque y haga madre a una pelandusca: Vade, sume tibi uxorem fornicationum, et fac tibi filios fornicationum. Mas desvergonzado es todavía Oseas al referirnos que le ordenó el Señor que se acostara con una casada que ya hubiera engañado a su marido.

Nuestro amigo, el General Withevs, a quien se le leían estas profesías preguntó con ingenuidad que en que burdel se había hecho la Sagrada Escritura

Son pocos los que leen las profesías; difícilmentese tolera la lectura de estos largos y enormes galimatías. Gulliver y Atlantis son libros mucho más divertidos e ingeniosos que los escritos de Oseas y de Ezequiel.

Cuando se muestra a personas juiciosas estos pasajes excecrables, revueltos con las absurdidades de las profesías , no aciertan a salir de su azoramiento. No pueden concebir que un Isaías se pasee completamente desnudo por Jerusalem, que un Ezequiel coma pan con excrementos y que se corte la barba en tres porciones, que un Jonás se pase tres días completos en el vientre de una ballena, etcétera.

Si leyesen estas estravagancias y estas salacidades en un libro de los llamados profanos, lo tirarían con horror. Pero se trata de la Biblia : se sorprenden, vacilan, dudan. Condenan todas las abominaciones que les escandalizan, pero no se atreven, en los primeros momentos, a condenar el libro que las contienen. Hasta que ha pasado cierto tiempo, no se determinan a hacer uso de su sentido común, y a fuerza de razonar acaban por detestar lo que los bribones y los imbéciles les han hecho reverenciar.

¿Cuándo han sido escritos estos libros sin sentido y sin pudor? Nadie lo sabe.

La opinión más verosimil es que los más de los libros atribuidos a Salomón, a Daniel y a otros, fueron escritos en Alejandría.

Pero ya he dicho, y repito, que importa poco el tiempo y el lugar donde se hicieran. Basta con dejar probado que son monumentos de locura, testimonios de ignorancia y alardes de desvergüenza.

¿Cómo explicarse que los hayan venerado los judíos? Sólo porque eran judíos.

Se ha de considerar también que estos arsenales de extravagancias, sólo se conservaban en los archivos de los sacerdotes y de los escribas. No es un secreto que los libros eran rarísimos en todos los países.

Nuestro asombro subirá de punto cuando veamos a los Padres de la Iglesia adoptar estas patrañas repugnantes y apoyarse en ellas para defender su secta.

Copiado del libro La Tumba del Fanatismo o Examen importante de Milord Bolingroke (1767)

Editado por Voltaire en 1767 dentro del libro Critique Religieuse y traducida al español por Pedro Seguí de la edición francesa de Notres Clasiques, Paris , 1920.

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