Columna
LIBERTARIOS Y LIBERTICIDAS (228).
Por Rogelio Cedeño Castro.
Correspondiente al martes 10 de noviembre de 2009.
A VEINTE AÑOS DE LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN.
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Los veinte años transcurridos desde la caída del Muro de Berlín, aquel 9 de
noviembre de 1989, nos permiten tomar la distancia suficiente como para
comenzar a ver, por así decirlo, con otros ojos, aquellos acontecimientos
que marcaron el fin de la guerra fría, hasta entonces protagonizada por los
bloques soviético y estadounidense. Dicho en otros términos, puede afirmarse
que con el paso del tiempo se han podido evidenciar las consecuencias más
perdurables que para las naciones del hasta entonces llamado Tercer Mundo
(Le Tiers Monde según la expresión acuñada por los franceses, allá por los
años cincuenta del siglo anterior), tuvieron las imágenes y sucesos de esa
noche berlinesa cuando los residentes de la ciudad, de los dos lados del
muro, se juntaron por primera vez, al cabo de casi treinta años, sin
restricciones de ninguna especie. Aquel fue el preludio de la invasión a
Panamá, por parte de las fuerzas estadounidenses, lanzada como una
advertencia al electorado nicaragüense de lo que podría ocurrirle a ese país
si votaba por los sandinistas, en las elecciones de febrero de 1990, tal y
como lo había hecho en las elecciones de noviembre de 1984. Había concluido
el mundo de la bipolaridad, dentro del cual nos habíamos acostumbrado a
jugar y pasábamos a sufrir, de manera brutal, las consecuencias del
unilateralismo de la nación con más vocación imperialista en la historia de
nuestro planeta. Poco tiempo después el pueblo y la nación de Irak seguirían
en la lista de víctimas de este cambio en el equilibrio de fuerzas a escala
planetaria.
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Desde entonces, se nos han recetado una serie de fórmulas y dogmas tan
rígidos e inhumanos, como de los de aquel miserable y mentiroso mundo de la
guerra fría, que acababa de concluir y que fue siempre manipulado, desde
Washington y Moscú, por sus aparatos propagandísticos, con una acendrada y
laboriosa vocación totalitaria. Entre ellos, y casi de súbito, vino a ocupar
un lugar central el arrogante final de la historia, decretado por Francis
Fukuyama y otros ideólogos del occidente capitalista, junto con la sepultura
definitiva de aquel fantasma del que hablaban Marx y Engels, en el
Manifiesto Comunista de 1848, los que parecieron decretar que, en lo
sucesivo, nuestro destino estaría signado, de manera exclusiva, por más y
más capitalismo, pero sobre todo más libre mercado, debiendo resignarnos a
soportar todas sus secuelas.
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Del suicidio y la mediocridad manifiesta de aquel régimen, presuntamente
comunista o socialista, de la parte oriental de los Länder o provincias que
conforman la Alemania de este cambio de siglo, con todos sus resabios
estalinianos y su grotesca, cuando no brutal, policía política (la stasi)
que había montado un gigantesco aparato de espionaje, apenas si queda el
recuerdo. Lo que nunca deberíamos olvidar es que precisamente aquel régimen
de la Alemania Democrática (la RDA), viene a ser algo así como el compendio
de lo que no es ni debe ser nunca llamado socialismo, al menos si ese
término retiene algunos de los elementos esenciales de su razón de ser. Su
burocracia usurpadora de un poder de los trabajadores que, al parecer,
existió sólo nominalmente en la vallas de propaganda y en las publicaciones
de ese régimen, cuando llegó la hora más crucial de su historia, lo único
que supo hacer fue abrazar la ideología y las prácticas del capitalismo,
dejando abandonados a su suerte a quienes conformaban su base social. Se
confirmó con creces lo que algunos habíamos sospechado, desde hacía algún
tiempo, acerca de lo que puede suceder cuando la que gobierna es la derecha
de la izquierda.
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Después de aquel júbilo por el triunfo de de la libertad (aunque ahora
sabemos con mucha más claridad que se estaban refiriéndose, de una manera
casi exclusiva y obsesiva a la libertad empresarial y de mercado), algunos
cayeron en la trampa de pensar que la lucha por el socialismo y la justicia
social se había terminado. Muchos presuntos obispos del marxismo-leninismo,
tan dogmático y alejado de la realidad como el neoliberalismo/
neoconservadurismo que nos recetó el consenso de Washington, protagonizaron
espectaculares conversiones religiosas. De súbito reconocieron las virtudes
teologales en el mercado y se lanzaron hacia una piadosa expiación de sus
pecados rojos o socialistas, dentro de lo que constituyó un nuevo
alejamiento de la realidad, contra el que con gran acierto advertía el
propio Carlos Marx, desde sus escritos más tempranos. La realidad
latinoamericana ha venido a mostrar, de manera terca, con el paso del
tiempo, que la historia está más viva que nunca y que la hacen nuestros
pueblos, en su incesante y heroica lucha cotidiana.
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