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REFLEXIONES SOBRE EL CAPITALISMO REALMENTE EXISTENTE
Rodolfo Herrera J.
RESUMEN
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Este ensayo tiene el propósito de analizar la situación del modo de producción capitalista actualmente dominante a nivel mundial. Se tratan sus principales contradicciones, la primera y fundamental o la apropiación del sobre-trabajo humano, una “contradicción hombre-hombre”; la segunda contradicción o la apropiación del ambiente (naturaleza no humana), crisis ecológica y de los recursos, una “contradicción hombre-naturaleza”; y la tercera o “contradicción cultural-ideológica”, crisis filosófica de irracionalidad, relativismo y escepticismo reflejados en la ideología
posmodernista.
Se considera que el reconocimiento previo de que la ley del valor-trabajo, componente esencial de las relaciones de producción del capitalismo-realmente-existente, no es una ley “eterna” de la sociedad humana y que puede ser superada, es el principio teórico para estimular el reto de la inevitabilidad de las relaciones de valor y reafirmar la capacidad humana, para que los trabajadores como seres que crean la realidad humano-social, puedan proponerse transformar radicalmente las relaciones económico-sociales actuales.
Palabras Clave: capitalismo, modo de producción, contradicciones, relación valor-trabajo, crisis de producción, crisis ecológica, recursos, crisis ideológico-cultural.
SUMMARY
This paper has the purpose to analyze the situation of capitalist mode of production actually dominant at world-wide level. Their main contradictions treat, the first and fundamental or appropriation of the human on-work, one “contradiction man-man”; the second contradiction or the appropriation of the atmosphere (nonhuman nature),
ecological crisis and of the resources, one “contradiction man-nature”; and third or “cultural-ideological contradiction”, philosophical crisis of irrationality, relativism and skepticism, reflected in the postmodernist ideology. It is considered that the previous recognition of which law of the labor-value, essential component of the
relations of production of the capitalism-real-existing one, is not an “eternal” law of the human society and that can be surpassed, is the theoretical principle to stimulate the challenge of the inevitability of the value relations and of reaffirming the human capacity, so that the workers like beings that creates the human-social reality, can set out to transform radically the socio-economical relations present them.
Key words: capitalism, way of production, contradictions, relation labour-value, production crisis, ecological crisis, resources, cultural-ideological crisis.
1. Introducción: algunos datos empíricos
En 1992 el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas definió el Indice de Desarrollo Humano o HDI (Human Developmente Index), una medida cuantitativa del bienestar humano, basado en los parámetros: esperanza de vida, alfabetismo y poder de compra. Si se toman los datos del índice HDI se nos hace evidente que los discursos corrientemente hechos sobre la capacidad del capitalismo para generar bienestar humano (es decir, desarrollo) son enteramente vacíos.
1)
Este artículo aparece en las Memorias del “II Encuentro de Sociólogos”, Escuela de Sociología de la Univ. de
Costa Rica. Noviembre de 1998.
2)
Las desigualdades del ingreso mundial son una evidencia empírica insoslayable de que: “el más rico es más rico y el más pobre es más pobre”, afirmación que cualquier trabajador sin mucha sapiencia universitaria sabe. Existe un “sistema mundial” dual. El desarrollo de las relaciones de “mercado-libre” en este siglo, ha contribuido al aumento de la dramática brecha entre el PIB per-cápita entre los países más ricos y los más pobres de la economía mundial capitalista.
Con el HDI más alto están los países capitalistas principales y con el más bajo están los países capitalistas periféricos, igual que la India o Blangadesh. En 1987 “los países “transicionales” (comunistas), cuando todavía eran nominalmente “socialistas”, tenían un buen HDI sobre el promedio del mundo capitalista. El HDI promedio para el mundo capitalista incluyendo a la periferia es de 629, mientras el promedio para Europa Oriental y las sociedades transicionales del Tercer Mundo era 764. Interesantemente los países transicionales de la Europa oriental tenían por ellos mismos un HDI de 916, solo un poco por debajo de los 970 promediado para el núcleo
capitalista [Smith M., 1994].
En el Tercer Mundo en 1990 cada año 14 millones de niños mueren antes de que alcancen los 5 años, más de un billón de personas no tienen acceso al más elemental servicio de salud, 300 millones de niños no tiene escuela, casi un billón de adultos son analfabetos, más de 500 millones de personas sufren hambre [Castro, p. 11, 1992].]. Hoy día alrededor de 1.3 billones de personas o cerca del 30 % de los habitantes del Tercer Mundo no tienen acceso a tomar agua segura. A más de 2.2 billones les faltan los servicios sanitarios adecuados [Castro, p. 18, 1992].
El retorno del capitalismo a Europa Oriental y Rusia ha producido resultados precisamente opuestos a los anticipados por los fieles del “mercado libre” como había anticipado ya Moreau [Moreau, 1991]. Análogamente Arrigui [Arrigui, 1991] había predicho que debido al carácter oligárquico y concentrado del bienestar en el sistema capitalista mundial, el cambio en el sistema socio-económico y la reentrada completa en el sistema capitalista mundial de ésos países, produciría en la mayoría de los casos una caída del HDI. Moreau pronosticó que los países de Europa Oriental no llegarían al nivel de Suiza o Suecia sino al de México, en ése tiempo país
capitalista promedio y en recientes años a la vanguardia de las tendencias del Tercer Mundo hacia la liberalización del comercio y la privatización. La actualidad económica de México es aun peor hoy y la de Rusia es lastimosa.
Es evidente que el llamado “bienestar del occidente” no puede generalizarse, pues está basado sobre procesos relacionales de explotación y de exclusión que presuponen la privación relativa, continuamente reproducida, de la mayoría de la población mundial. Actualmente el 20 % más rico consume el 86 % y el 20 % más pobre el 1.3 %, del total de la riqueza mundial. La tesis sobre “la pobreza absoluta de la clase trabajadora” (anticipada por el joven Marx) puede aplicarse a la escala mundial, no necesariamente a la clase trabajadora de los países del capitalismo avanzado [Wallerstein 1983] y corrobora la tesis del carácter oligárquico y concentrado del bienestar en el sistema mundial capitalista.
Es también conocido que los efectos positivos de dos siglos de industrialización, que dieron ingresos superiores y más consumo en el Oeste, está disminuyendo rápidamente o por lo menos restringiéndose a muy poca gente. Las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Banco de la Reserva General y otras fuentes oficiales afirman no solo de la tremenda polarización del 3 bienestar y del ingreso entre el Norte y el Sur, esbozada antes, sino también notan la misma polarización en el mundo industrializado del Occidente. Así el crecimiento de la producción no garantiza estandares de vida elevados aun en los países Occidentales industrializados, es decir, la
miseria y el desarrollo desigual es propio de todo el modo de producción capitalista, no importa el sitio geográfico o de trabajo. Además en todas partes la calidad ecológica está decayendo.
Hechos obvios y reconocidos teóricamente para cualquier estudioso de estos asuntos sociales.
También es evidencia empírica insoslayable la existencia objetiva de la crisis ecológica y de los recursos no renovables, crisis generalizada a nivel mundial, sin excluir a los países del ex-bloque soviético. O’Connor en su teoría de la “segunda contradicción” del capitalismo afirma que el desarrollo capitalista global desde la II Guerra Mundial (IIGM) ha sido imposible sin deforestación, sin la polución del agua y del aire, de la atmósfera, del calentamiento global y de otros desastres ecológicos; sin la construcción de megaciudades, sin la consideración de la congestión, del sistema de transportes, del uso racional de la tierra, la vivienda y las rentas; y
finalmente sin el descuido de la salud de la familia y la comunidad, sea física, emocional, educativamente y de otras componentes de la reproducción socializada de la fuerza de trabajo, para no hablar del bienestar de las familias futuras [O’Connor J., 1990]. Por ejemplo, los países miembros de OECD son responsables del 45 % de las emisiones de dióxido de carbono, del 40 % de las emisiones de dióxido de sulfuro, producen el 60 % de los desechos industriales en el mundo y generan el 90 % de los desechos peligrosos [Castro, p. 20, 92].
Los creyentes en la economía del “mercado libre” del capitalismo han estado convencidos que en principio, mediante la formulación de políticas económicas de estado, las tendencias a la crisis padecidas por estas economías pueden mitigarse significativamente y eventualmente ser detenidas. Pero de nuevo la historia del capitalismo-realmente-existente muestra otra cosa. A pesar de la confianza expresada por tales economistas durante las décadas del 50 y 60, ése
mundo capitalista en el período de 1974 a 1992 vivió tres de las más fuertes
recesiones/depresiones globales de este siglo, y actualmente la economía mundial está todavía padeciendo de una enfermedad que muestra pocos signos de detenerse. Hoy día los problemas representan no solo a una crisis ostensible del problema de suministros, por el agotamiento de los recursos naturales y la degradación de los servicios ambientales necesarios para soportar la
producción de mercancías, sino que también se da una crisis sobre la legitimidad del llamado “sistema de mercado”, pues se produce una resistencia social a la depredación ecológica y cultural.
Así la aparición de la crisis ecológica como un problema urgente e inescapable, marca la frontera temporal entre las consecuencias positivas de la industrialización y el creciente daño ecológico, consecuencias que frecuentemente se han subestimado y negado. Sin embargo hoy constituye otra frontera que limita a los beneficios de la acumulación capitalista. No es necesario aquí dar datos que existen y están al alcance de todos.
Todos los datos e información sobre el capitalismo-realmente-existente son verdades conocidas y obvias, cuyo conocimiento no resuelve ningún problema, y solo posibilita grandes discursos burgueses sobre lo que hay que hacer. Los apologistas de capitalismo típicamente enfocan estos problemas como el resultado de aberraciones o desvíos respecto a alguna “norma” capitalista ideal, pero este norma capitalista ideal de los verdaderos creyentes en la “democracia liberal” y 4 de la “libre empresa” tiene ya varios cientos de años de ser autoafirmada, y mientras tanto el capitalismo-realmente-existente sigue produciendo explotación (humana y ambiental) y
desigualdad a nivel mundial. Los problemas del despojo del campo y del envenenamiento del trabajo no son nada nuevo, y han sido cubiertos por el discurso usual con la proposición de que tales fenómenos son lo que hay que pagar por un mayor “progreso” y “acumulación”, los que traerán nuevos remedios y mejoras del confort o del bienestar. En realidad son verdades parciales, porque siempre olvidan los puntos fundamentales de la actual estructura social.
2. La primera contradicción del capitalismo.
¿La ciencia burguesa tiene explicación para estos fenómenos sociales? Los economistas de pensamiento no-marxista (sean Keynesianos, post-Keynesianos, monetaristas, o las variantes institucionales) no han podido manifiestamente explicar y menos en anticipar, y aun menos en cambiar, los hechos siguientes: ¿por qué el mundo capitalista es tan capaz de estimular el progreso en ciencia, tecnología y productividad y es tan incapaz de trasladar este progreso para
subir los estandares de vida de la gran mayoría de la población trabajadora?, ¿por qué las tasas positivas de crecimiento de la productividad industrial, son acompañadas de una declinación de las tasas promedio de beneficio para la mayoría de los países capitalistas?, ¿por qué el capitalismo como sistema mundial ha dejado de contribuir con el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad, casi siempre subutilizando el talento y la energía de billones de personas alrededor del mundo?, ¿por qué el sistema capitalista mundial no puede desarrollarse
sin daño ecológico y contaminación global?
Las responsabilidades de estas situaciones son muy precisas y tienen, como la contaminación global de las metrópolis, una raíz común: el modo de producción capitalista que daña a los dos componentes de la sociedad: a los trabajadores y al ambiente, es decir, a las condiciones de producción mismas. Lo que se requiere es una discusión global de “esta” sociedad, que no separe metafísicamente el análisis económico del social, como lo hacen las ciencias burguesas (economía y sociología). Para eliminar el carácter ambiguo que no reconoce los mecanismos que
han generado tales desigualdades, como parece en que han caído hoy hasta las “izquierdas” que juegan a postmodernistas o que han sido barridas por la onda neoliberal, es necesario volver a la teoría.
Para aquellos que conocen las tesis esenciales de la teoría de la sociedad y de la teoría del valor-trabajo de Marx (la plusvalía y el capital), las respuestas a estas preguntas son claras. El modo de producción está constituído por un conjunto de relaciones de producción (prácticas sociales) que determinan la apropiación del excedente y la apropiación del trabajo, conduciendo una estructuración clasista entre los que trabajan en los procesos de transformación y los que dirigen controlan y determinan, tanto ése control como la dirección del producto social. Tal división (clases de equivalencia en la composición humana del sistema sociedad) en las prácticas de
tranformación social origina la primera contradicción del capitalismo, contradicción esencial entre trabajadores y capitalistas o dueños de los medios de producción y del control social, es decir, la lucha de clases (contradicción objetiva). Esto produce dos principios de la organización social tendencialmente contradictorios: las relaciones de explotación entre los que monopolizan la propiedad de los medios de producción y quienes deben vender su fuerza de trabajo por 5 salarios para asegurar su subsistencia; y las relaciones cooperativas existentes entre los productores en una división global del trabajo, que tiende a ser más elaborada, detallada e
interdependiente. Es decir, la apropiación privada y el trabajo social, conocidos por cualquier marxista. Además entre los capitalistas se dan otros dos principios organizativos: las relaciones igualitarias existentes entre los sujetos económicos (productores, trabajo, mercancía) dentro del mercado capitalista; las relaciones competitivas existentes entre todos los sujetos económicos en el mercado, pero más importantemente entre los propietarios del capital.
El análisis de estas propiedades del referente sociedad-modo de producción capitalista muestra que las causas de las anomalías e irracionalidades de la realidad capitalista, han de ser explicadas fundamentalmente por el hecho de que esta realidad está constituida por esos cuatro principos de organización social tendencialmente contradictorios, sin embargo, interpenetrados y distinguibles por las relaciones de producción y reproducción. Esta estructura descrita en su funcionamiento económico por la teoría del valor-trabajo es el núcleo de la denuncia de Marx contra el capitalismo y de la explicación de las condiciones referenciales del movimiento social. Esta
estructura y su superestructura legal (jurídica y política) son invisibles o inobservables. En el fondo es una consideración de lo que puede describirse como el Leviatán Invisible [Smith M., 1994]: una estructura de relaciones económico-sociales, las relaciones de producción capitalistas, que ha usurpado el control real de la conciencia humana sobre los procesos de la vida socio-económica e impuesto un conjunto de leyes potentes e invisibles.
La característica distintiva de la crítica de Marx a la economía política clásica y del marco teórico nuevo en el análisis de la sociedad, es que en el modo de producción capitalista (relaciones capitalistas de producción y reproducción) las cosas apropiadas (valores de uso) pasan a ser valoradas según el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlas. Se llega a valorar doblemente lo apropiado: por su valor de uso y simultáneamente por su valor-trabajo o valor. Cuando lo apropiado adquiere esta bidimensionalidad se denomina mercancía. Con la existencia de la mercanía la racionalidad implícita en el trabajo tiene un doble carácter, la
preocupación por apropiarse de determinada cosa (trabajo útil) y la preocupación por hacer esta cosa en un lapso de tiempo (trabajo abstracto: que surge cuando los diferentes trabajos son equiparados). La práctica social (el trabajo en general) adquiere, como lo apropiado, una bidimensionalidad que solo se da en el capitalismo. Para el capital el valor de uso de una mercancía es esencialmente el precio y no su valor de uso social para los consumidores; lo único que interesa no es el artefacto o producto concreto, sino su capacidad de producir excedente del valor de éste respecto al valor del capital consumido.
La ley fundamental, la ley del valor capitalista, obliga a la humanidad a aplicar una única vara para la medida del bienestar, la regla de medir del “valor”, del abstracto y socialmente necesario tiempo de trabajo. Todo lo apropiado es mercancía: valor de uso y valor trabajo (incluso la fuerza de trabajo, es decir, todas las prácticas sociales). Por otra parte la medición del bienestar social en estos términos no es “consciente”, pues se realiza por medio de los mecanismos impersonales del mercado, que determinan la trayectoria de desarrollo de la economía y la división del trabajo como un todo.
Surge entonces la pregunta: ¿por qué el “bienestar social” todavía debe medirse en términos del tiempo de trabajo en una era cuando el “trabajo vivo” es cada vez menos significativo que el 6 input tecnológico a la producción material? La respuesta simple es la siguiente: porque la producción material bajo el capitalismo está subordinada a la producción de plusvalía, es decir, a la apropiación del sobretrabajo por los que monopolizan la propiedad de los medios de producción.
La teoría del valor-trabajo establece que la única fuente de “valor” en el sistema capitalista es el trabajo vivo humano y que la única fuente de plusvalía (la substancia social del beneficio) es el “sobretrabajo” realizado por los trabajadores, en exceso del trabajo necesario requerido para producir el valor representado por sus salarios. El valor existe como una magnitud cuantitativa en el nivel de la división del trabajo como un todo (la cual actúa como un determinante paramétrico sobre los beneficios, ingresos y los precios necesarios para que el capitalista busque márgenes de beneficio razonables). La gran mayoría de la población cuyas vidas dependen del
salario por su fuerza de trabajo, estas proposiciones no requerirían de prueba alguna. Sin embargo la dominancia ideológica del capital hace que se represente a sí mismo como una fuente “independiente” de “valor”, confundiendo las categorías de valor, moneda y bienestar.
Al establecer teóricamente que la categoría económica de “valor” está acotada por la existencia de relaciones sociales de producción/reproducción [Marx], características de una “economía de mercancías”, en particular del capitalismo, se muestra que valor y bienestar de ninguna manera son sinónimos. En verdad está implícito en la teoría del valor-trabajo y el capital, la tesis de que todas las mediciones de bienestar en términos de valor (tiempo de trabajo socialmente igualado) estimulan primero y eventualmente impiden la producción de bienestar.
3. La segunda contradicción del capitalismo
Las prácticas sociales o trabajo se dan en dos planos: como trabajo del “hombre sobre el hombre” y como trabajo del “hombre sobre el ambiente”, es decir, sobre ambas “naturalezas”, la humana y la no-humana. En el modo de producción capitalista estas prácticas generan además de la contradicción fundamental (apropiación del sobretrabajo humano, contradicción hombre-hombre), otra contradicción básica interrelacionada, producto de la apropiación del ambiente (naturaleza no humana), pues entre más explote el capital al trabajo, más explota a la naturaleza
y viceversa [O’Connor J.]. Tal es la segunda contradicción (contradicción hombre-naturaleza).
En efecto, en la etapa actual del capitalismo la capacidad de los ecosistemas bajo la presión de la creciente explotación está en crisis, de tal manera que la polución del ambiente se ha hecho insostenible, no solo para la naturaleza sino también para la gente (quienes son parte de la naturaleza) y se da una crisis de recursos y energía a nivel global. En esta forma la explotación de la sociedad por el capital pasa ahora, no solo a través del trabajo humano, sino también a través del daño al ecosistema haciendo evidente el principio de la segunda contradicción del
modo de producción. En tal economía no solo los trabajadores son explotados, sino que también los recursos son destruídos.
Durante mucho tiempo el crecimiento de la producción y de la acumulación, que produjo una notable mejora en las condiciones de vida en ciertas regiones en base a la explotación de los recursos, no significaba un daño al ecosistema. Por ello es que tanto los recursos naturales como las acciones sobre los sistemas ecológicos han sido tratados hasta ahora como bienes “libres”.
7 Profundamente enraizado en la cultura y el sentido común estaba la creencia en el derecho humano al uso indiscriminado y libre de la naturaleza por un lado y por otro de la generosidad y la resistencia inagotable de aquélla, la que relativamente no sufría por la actividad industrial.
Dado el incremento de la producción y conforme su composición ha cambiado (por ej.: uso masivo de materiales sintéticos, muy tóxicos y no degradables, un incremento de los desechos tóxicos y una capacidad para transformar lo natural mediante acciones tecnológicas) tales ideas ya no son válidas.
Hoy día se hace evidente el continuo ataque sobre el balance de los ecosistemas, porque producción significa polución del ambiente natural y consumo de los recursos no renovables.Polución y consumo de energía y materias primas pueden controlarse y restringirse, pero no se pueden evitar completamente. El crecimiento continuo de la producción significa crecimiento continuo de la alteración ecológica, aun si se usan las más refinadas reglas y procesos en defensa de la ecología.
Es por tanto necesario incorporar en el análisis teórico y en la práctica del capitalismo el parámetro ecológico como una dimensión material de la producción de capital [O’Connor J.], es decir, considerar los problemas engendrados por la segunda contradicción y la necesaria atención sobre las condiciones de producción naturales que obligan a tomar en cuenta las consideraciones ecológicas como esenciales para la producción capitalista.
La segunda contradicción está basada en el argumento de que la producción de valor es contingente con el acceso a los recursos naturales y los sistemas ecológicos. La crisis ecológica se presenta al capital como una crisis material o económica, una crisis de rentabilidad que contrasta con la tradicional crisis de sobreproducción, dado que éste debe dedicar algunos de sus recursos para eliminar las obstrucciones a la acumulación producida por la degradación ambiental. Se crea entonces la necesidad de redirigir tales procesos para mantener su existencia productiva.
La relación entre la alteración ambiental y la tasa de crecimiento del capital consiste en que el problema ambiental es la consecuencia directa e inevitable del sistema económico capitalista, en el que la producción y la acumulación del capital -principio básico de la economía capitalista- se revelan como las principales causas de la crisis ecológica. La tendencia de la producción capitalista es la de consumir las condiciones de producción (sean naturales como la tierra o el trabajo humano) que permiten que el beneficio sea mantenido. Explícitamente la tasa de
destrucción y polución de la naturaleza es dependiente de la tasa de acumulación y la tasa del beneficio [O’Connor J., 90] del capital. La componente humano/ecológica aparece en contradicción con las estructuras tecnológicas e institucionales de la economía [Herrera 1997].
Esencialmente el modo de producción capitalista sufre dos contradicciones fundamentales que trasladas en el nivel económico, constituyen la doble crisis que golpea al capital hoy día [O’Connor J.]: crisis de demanda, como resultado de la explotación del trabajo o la “primera contradicción” y crisis del costo colateral, resultado de la explotación de las condiciones de producción (incluyendo el ambiente natural y el trabajo humano) o la “segunda contradicción”.
Para el modo de producción capitalista, la explotación de la naturaleza y la explotación del trabajo, son ambos necesarios para subir la acumulación y la tasa de beneficio. La crítica del 8 capital es doble, pues trata del problema ecológico y del problema social. Los dos problemas, el ambiental y el social, se pueden poner en el mismo plano o confrontados como la misma clase de problema. Ambos tienen la misma raiz. Ambos pueden resolverse solo si somos capaces de sobreponer al capital.
4. La respuesta del capital: la naturaleza capitalizada
El capital responde a los problemas del daño ecológico ambiental y de recursos, de tal forma que requiere que el proceso de producción cambie ciertas de sus estructuras, para que se pueda dar un aumento en el tiempo de trabajo socialmente necesario requerido para producir una cantidad dada de valor. Es decir, la crisis al nivel ecológico se da como un proceso en el que el capital intenta reestructurar y racionalizar las condiciones de producción para restablecer su capacidad
para explotar la naturaleza y el trabajo, bajando los costos. Responde a la crisis ambiental tratando de extender su hegemonía sobre los recursos de materias primas y de la fuerza de trabajo para la producción de mercancías. Se le da a los mecanismos del mercado un papel central en la “solución de los problemas ambientales”.
En este proceso se da la desposesión y el traslado de los costos a las comunidades (impuestos) y a las generaciones futuras. Surge un proceso de “capitalización de la naturaleza”, es decir, la representación del ambiente del sistema social (sociedad) o medio biofísico (milieu natural) como “reserva de capital” y la codificación de estas reservas como propiedad comerciable en el mercado (por ej., la patentización de la biodiversidad y del material genético, etc.).
A través del proceso de capitalización de la naturaleza, el modus operandi del capital (el modo de producción) sufre una mutación práctica y conceptual. El ambiente o entorno (lo que no es la composición humana del sistema social), que formalmente era tratado como un dominio externo y explotable, es ahora redefinido como una reserva de capital. Correspondientemente la dinámica del capital cambia de forma, desde la acumulación y el crecimiento en base a un dominio externo, a la ostensible autoadministración y conservación del sistema de naturaleza capitalizada cerrado sobre sí mismo.
El proceso de capitalización formalmente incluye un nuevo conjunto de elementos dentro del dominio de la mercancía. Como los procesos de producción son necesariamente espaciales, la presión expansionista inherente a la lógica económica de la sobreproducción, tiene una dimensión territorial, se da como dominio sobre el ambiente (todo lo que no es humano en el sistema social). La producción de excedente es producción del espacio (exploración, desarrollo,
penetración y explotación), conquistado primero extensivamente y luego capitalizado intensivamente. Pero esta penetración, invasión, saqueo y despojo, es el preludio a una conquista semiótica del territorio, un doble juego alrededor de la distinción capital/naturaleza. El capital se proclama ideológicamente como racional y adecuado, la apropiación de la naturaleza como “libre”, como un input material y de servicios deseado. Pero luego si la apropiación bruta es rechazada por los grupos interesados, se utiliza la estratagema de la capitalización para asegurar
y legitimar el acceso al más bajo costo posible. En este movimiento como J. O’Connor señala, el capital abstracto efectúa la producción ideológica de la “naturaleza capitalista”, denotando con este término a “toda cosa que no sea producida como mercancía pero que es tratada como tal”
[O’Connor, J., pp. 7, 23, 1988].
En la aplicación al ambiente físico usualmente se crean derechos 9 de propiedad mercadeables (por ej. sobre bosques, peces, fuentes de agua) y también derechos de
emisión de desechos. Por este movimiento ideológico, el dominio exterior de la naturaleza es redefinido como un elemento de capital valorizable, presente dentro del sistema productivo mundial y que en sí mismo debe ser racionalmente administrado como una empresa productiva.
A través de este proceso de internalización de las condiciones de producción, vemos la emergencia de un sistema de capital ampliado, que difiere en algunas maneras fundamentales del sistema capitalista del siglo 19 y parte del siglo 20. La hipótesis de tal mutación no es nueva. La esencia conceptual consiste en que a través de este proceso de capitalización de todos los dominios del sistema social: materias primas y fuerza de trabajo (es decir, el ambiente y la composición o los componentes humanos de la sociedad, por tanto la ideología y la cultura), por medio de la internalización vía extensión del sistema de precios “capaz de dar cuenta de toda
cosa y dirigir todos los procesos”, el capital sufre un cambio cualitativo en su forma. Ya no solo representa la relación social que produce la explotación mejor y más intensivamente de la naturaleza y de los trabajadores (externos al capital mismo). En esta etapa histórica, que podemos llamar la fase ecológica del capital, la imagen relevante ya no es la de los hombres actuando sobre la naturaleza para producir “valor” que luego es apropiado por la clase capitalista [O’Connor M]. Más bien es una naturaleza codificada (la naturaleza no humana y humana) como “capital encarnado” regenerándose a sí mismo en el tiempo por medio de sistemas de
inversión alrededor del globo, todos integrados en “un cálculo racional de producción e intercambio” a través del milagro de un sistema de precios que se extiende a través del espacio y del tiempo. Tal es el movimiento de la autoconservación o reproducción de la estructura de la sociedad existente, de las relaciones de producción capitalistas. Esta naturaleza es concebida a la imagen del capital y ésta representación es la base de la “administración racional” de la naturaleza/capital que crecientemente es instituida violentamente en el dominio político. Es un asunto de representación: de la forma en la cual se da la lucha por el poder, es lo que se podría
llamar la ecología capitalista (el desarrollo sostenible, etc.). Tal es la nueva forma que asume lo apropiado (el excedente) bajo la finalidad impuesta por la clase dominante, y que va a determinar también la especificidad de la ideología.
Si se observa, el proclamado objetivo de salvar al planeta de la conferencia de Río de 1992 es consistente con los propósitos del capital, después de todo si el capital es naturaleza y naturaleza es capital los términos virtualmente vienen a ser intercambiables: uno en relación con la reproducción del capital, lo cual es sinónimo con salvar la naturaleza. Ideológicamente se afirmará que el planeta tierra como un todo es nuestro capital, el cual debe administrarse con sostenibilidad. La afirmación usual de que la responsabilidad es de “todos”, es un abuso!
[Herrera 1997].
Tristemente esta armonización retórica no garantiza del todo la conservación de las potencialidades productivas o reproductivas de una sociedad o de un ecosistema; ni lo asegura el sostén de los intereses particulares, comunidades o ecologías, así valorizadas. En la práctica el principal efecto de toda la identificación del riesgo (reservas y capitales), es la adaptación ideológica de esta naturaleza (y de la naturaleza humana) a las normas para el incremento y reproducción del propio capital.
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Cuando se pregunta ante la expansión capitalista: ¿qué es lo que se está expandiendo y creciendo, qué es lo que está siendo sustentado o haciendo sostenible?, debe recordarse la noción central propia del marxismo tradicional, la cual consiste en que la finalidad del capital es esencialmente su propia sobrevivencia y expansión, de la reproducción como un sistema de control social, reproducción de la estructura y de las condiciones de producción. Es siempre el sistema capitalista el que ha de ser reproducido y sustentado, no ningún capital individual.
Podemos retomar esta aplicación al capital ecologizado, pero con un cambio de significado radical. En el sistema maduro de naturaleza capitalizada, toda materia prima, todo input a la producción desde una fuente terrestre o extraterrestre, es formalmente reconocida como siendo un elemento del capital o del servicio derivado por un capital. Como tal tiene un propietario y su uso significa una localización del capital o de los servicios, los que pueden derivarse de un capital particular, por el cual el dueño podría ser pagado. Todo output útil tiene un potencial para
satisfacer las necesidades del sistema, lo cual significa que de una manera u otra está al servicio de la reproducción de otro capital. Es inmaterial como sea este “uso”, sea que esté representado
como un consumo o como una producción: en cualquier caso es una inversión al servicio de la
reproducción del sistema del capital.
Así la línea de fondo en el capital ecologizado como un todo no es la acumulación como tal. Lo que es importante para el modo de producción, del sistema de naturaleza capitalizada como un todo, no son los capitalistas individuales sino su sustentación en el tiempo, la conservación del sistema mismo como una forma social abstracta. Tal es el movimiento mismo de la estructura, pues lo que es reproducido es la estructura, es decir, el capital en su forma de relación social y no como vulgarmente se da (moneda, beneficio y sistema económico). Reproducción siempre se ha interpretado como reproducción ampliada del modo de producción y por tanto determinada
por éste. Se podría concebir el modo de producción (el estado de la estructura) como una modalidad del modo de reproducción (la ley del cambio de la estructura), así fuerzas productivas y relaciones de producción, la esfera de la productividad material e ideal, serían una de las formas históricas del proceso de reproducción.
5. La contradicción cultural
Las prácticas sociales (el movimiento o actividad de la cosa-sistema-sociedad) no se dan aisladas
del pensamiento, no hay acción sin pensamiento, no se conoce lo que es sin transformarlo. Los
procesos productivos determinados por las prácticas no se dan sin una racionalidad, un
pensamiento mediato desarrollado históricamente por toda la humanidad. La relación entre lo
ideal/conceptual y lo material/concreto en una ontología materialista no es dualista (no separa
pensamiento/acción, etc.). Para tal ciencia (la ciencia objetiva y racional) los sistemas
conceptuales son el reflejo subjetivo de la realidad objetiva, que existen solo como ficciones
(eventualmente fijados materialmente) concretadas conceptualmente mientras hayan cerebros
que las piensen.
El valor-trabajo surge en forma objetiva y subjetiva (en la conciencia). El valor es una relación
de producción y como tal tiene un papel decisivo en la mediación dialéctica entre lo
material/concreto y lo ideal/conceptual. Un análisis científico de este problema solo se puede dar
fundamentado en una ontología opuesta resueltamente al idealismo y al dualismo que
caracterizan a la teoría social burguesa. Solo con un programa no dualista se pueden revelar las
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conexiones internas entre las relaciones de producción y las formas específicas de la conciencia y
las formas en que se genera la dialéctica de las fuerzas y de las relaciones de producción, que son
el corazón de la visión humana del desarrollo social de Marx.
Las relaciones de valor, incluyendo las más rudimentarias que emergieron primero con el
surgimiento de las formas simples de producción de mercancías (precapitalistas), determinan la
conciencia y el pensamiento humano. En el capitalismo el pensamiento kantiano o neokantiano y
sus categorías corresponde con los elementos formales de la “abstracción intercambio” y el
enfoque dualista del mundo es una de sus expresiones [Sohn-Rethel, 78]. Estas relaciones de
valor (relaciones de producción del modo de producción capitalista) vía la abstracción real del
intercambio, son un factor impulsador de la dialéctica fuerzas/relaciones (al estimular el
desarrollo científico y tecnológico y entonces la productividad) y determinan los modos
ideológicos de pensamiento que caracterizan el enfoque dualístico, el cual borra el papel
necesario e históricamente específico de las relaciones de producción, en la interrelación entre lo
material/natural y lo ideal/cultural, como elementos de una realidad unificada, con identidad no
bifurcada.
Las tendencias ideológicas como el postmodernismo y postestructuralismo escamotean la
consideración de las propiedades y relaciones objetivas de la sociedad realmente existente, dando
un privilegio ontológico a ciertas propiedades de los referentes sociales como el lenguaje, la
comunicación, o el poder/dominación [Herrera, 1998]. Ello es una tendencia ideológica burguesa
que evita ir a la raíz del sistema social: a su estructura. Tales propiedades se pueden explicar
científicamente, es decir, racional y objetivamente, en conexión con un análisis de las relaciones
de producción y determinadas formas socio-históricas del trabajo humano, de las prácticas
sociales. Sin esta consideración tales corrientes solo sirven para desviar la atención científica
sobre el verdadero problema y en especial oscurecer la devastadora crítica hecha a la relaciones
sociales del capitalismo y los resultados teóricos y programáticos hechas por Marx.
Esto es esencial para entender las implicaciones de las corrientes del postmodernismo y
postestructuralismo, que se basan en una supuesta indeterminación de las relaciones entre “lo
material” (por ej. la producción) y “lo cultural” (por ej. el sistema de signos), y problematizando
además la noción de realidad objetiva mientras luchan por “descentrar el sujeto”. Buscan
problematizar las bases epistemológicas de toda ciencia posible y nunca tratarán en el nivel
económico los resultados empíricos de la ley de la “baja tendencial del beneficio” y menos aun
las propiedades objetivas de las relaciones de producción, tratando de relativizar sus resultados e
ignorando a toda posibilidad programática de cambio o de lucha o resistencia al capital.
En el capitalismo-realmente-existente actual se produce un cambio en el tipo de artefacto que se
produce, pues se da una preeminencia en la “producción de imágenes” sobre la “producción de
artefactos materiales”, los que constituyen lo que Baudrillard llama una hiperrealidad. Así la
superestructura ideológica se hace hiperreal, toma otras características “virtuales”. Como la
crisis de sobreproducción actual hace peligrar constantemente a la absorción de las mercancías
por el mercado (crisis de demanda), el capital se esfuerza en crear una demanda para sus
productos. Cuando los productos son signos culturales (sistemas conceptuales o artefactos
conceptuales fijados materialmente mediante imágenes o elementos sensuales: visuales, etc.), la
demanda no estará limitada al uso funcional que ellos puedan tener. En este sentido se hace
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evidente la afirmación no dualista, de que no hay ninguna esfera de producción separada de la
cultura o de la ideología, como también de que el conocimiento de las necesidades es social y
culturalmente definido. Y también las nuevas formas ideológicas que asume el dominio del
capital.
La producción y la cultura se dan juntos (no hay acción sin pensamiento), pero no
necesariamente ello implica que estén fusionados. Pueden estar unidos en la diferencia. Si es así
es legítimo analizar la producción separadamente de la cultura. Siempre que se comprenda que
debe darse una mediación entre las dos esferas, si se quiere un nivel de concreción adecuado. A
nivel del sistema social en su integridad, estas esferas constituyen subsistemas culturales y
económicos. Los procesos que representan a las prácticas sociales de la producción material
(económica) y la producción ideológico-cultural son distinguibles en su unidad, aunque no se
dan el uno sin el otro. Por ello es que algunas cosas pueden comprenderse solo si la producción
es considerada en abstracción de su conexión con la cultura. La hiperrealidad sobre la que habla
Baudrillard [Baudrillard, 1975], es en sí misma producida, es un producto de las prácticas
sociales. Aun si fuera el caso de que en la presente etapa del capital, la producción de imágenes
es más crucial que la producción de productos materiales, no se puede extrapolar a partir de ello,
como hacen algunos postmodernistas como Baudrillard, la conclusión de que el asunto de la
propiedad y el control de los medios de producción, no tiene un significado crucial.
En la propiedad de los medios de producción de la información hay una tremenda concentración
de capital y la consideración de este poder del capital en el dominio de los medios de
comunicación, no se puede evitar si se quiere entender la dinámica de nuestro mundo
postmoderno con su alta dosis de hiperrealidad. Los que como Baudrillard desean superar a
Marx no podrán avanzar mucho sin considerar el fenómeno de la propiedad y el control de los
medios de producción. El marxismo súbitamente no ha sido eliminado por la emergencia de los
medios de electrónicos de comunicación. La edad de la hiperrealidad confirma la afirmación
esencial de Marx de que la propiedad y el control de los medios de producción es inherente a la
lógica del capital y que esto genera fuerzas sociales alienadas sobre los miembros de la sociedad.
Para la ciencia (natural o social) el discurso, sus sistemas conceptuales, están fundados en
referentes objetivamente existentes. Así las proposiciones científicas (teorías) apuntan hacia tales
referentes (no necesariamente empíricos). Pero los pensadores postmodernos rechazan la noción
de que exista algún referente para los signos que usamos como fundamento de nuestras
afirmaciones (el referente trascendental es una hipótesis del idealismo objetivo o del
materialismo vulgar). Baudrillard escribe acerca de la “liquidación de todos los referentes”
[Baudrillard, 1975] y como por ejemplo, afirma que las “necesidades” no son dadas
naturalmente, entonces no pueden ser parte del discurso marxista.
La teoría de las necesidades es un punto crucial de la crítica marxista al capitalismo, para la cual
las “necesidades no satisfechas” son un referente naturalmente existente y en términos del cual se
pueden medir objetivamente las fallas. Pero las “necesidades” no solo son un asunto de códigos,
sistemas, significadores que no tienen referente, como afirma el cripto-existencialismo de
Baudrillard. Su enfoque de que las necesidades humanas no tienen ninguna base natural o
biológica es unilateral y por tanto falsa, análoga a la posición sociobiológica que ignora las
componentes histórico-culturales de nuestra naturaleza humano-social. Los signos distorsionan y
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enmascaran a la realidad subyacente, no ocultan que no hay nada, como afirma Baudrillard
[Baudrillard, 1975] cuando dice que el punto de giro decisivo es “la transición desde los signos
que disimulan algo, a los signos que disimulan que no hay nada”. La edad del simulacro es otra
etapa dentro de la edad de la ideología y no una nueva época en la que el concepto marxista de
ideología viene a ser irrelevante.
La negación de que podamos decir algo verdadero de la naturaleza de nuestras necesidades, es
justamente un caso específico del rechazo general del referente, un rechazo de nuestra capacidad
para formular enunciados verdaderos considerando lo significado en el lenguaje. Si la categoría
de “verdad” solo puede validarse si los estados de hechos corresponden con la intención de los
actores sociales, es una vieja posición idealista (subjetivista y pragmantista). Es decir, nada
nuevo. En el fondo hay un ataque a la noción de verdad objetiva, peligrosa de todas maneras
para el poder del capital. Rechazar la teoría de Marx con tales bases hay que pensarlo dos veces.
Todo esto demuestra las contradicciones existentes al nivel cultural producidas por la
dominancia de la ley del valor, reflejadas en filosofías incapaces de dar cuenta de ninguna
realidad menos de la hiperrealidad supuesta del capital de nuestra época. Se puede decir que de
igual manera que el modo de producción capitaliza a la naturaleza humana (a la composición del
sistema-sociedad) al comprar la fuerza de trabajo de los trabajadores y la convierte en mercancía
mercadeable, capitaliza la naturaleza no humana (el ambiente del sistema-sociedad), el capital
también capitaliza lo ideológico (la superestructura ideológica del sistema-sociedad). Tal es otra
contradicción del capitalismo realmente existente, lo ideal es una mercancía, contrapuesta a lo
material, aunque sea hiperreal. La fetichización de las cosas (sean estas hiperreales o no) y del
propio hombre, es determinada en última instancia por la unidimensionalidad de la mercancía, es
la ideología real del capitalismo. Esta ideología fetiche conduce a los hombres a adoptar una
racionalidad que no es la correcta para sus verdaderos intereses, una racionalidad de otros y que
solo sirve para clase dominante que así facilita su statu quo en forma permanente.
6. La ley del valor-trabajo no es eterna
El problema que la humanidad confronta estos días no tiene comparación en el pasado, tal
proceso actual del capitalismo tardío, su imposibilidad de un ultraimperialismo (dominio y
control de todas las fuerzas de trabajo, de todos los ambientes, de todas las ideas a nivel mundial)
choca con imposibilidades reales. El problema a corto plazo no tiene solución. Sin embargo
siempre se pueden hacer las preguntas que surgen de forma natural, como por ejemplo: ¿no son
las tendencias económicas, ecológicas, culturales un argumento de que el mundo necesita un
sistema económico distinto y por tanto unas relaciones de producción diferentes? Podemos ahora
apuntar algunas certidumbres. El modo de producción capitalista y su sistema industrial no son
la solución; el planeta no puede sobrevivir con una economía basada sobre la producción
ilimitada de bienes, sobre la acumulación del capital.
Las relaciones de valor han tenido un papel fundamental en el desarrollo de la sociedad humana,
pero han llegado a un límite en que estas relaciones deben ser superadas por un nuevo conjunto
de estructuras sociales, que como mínimo garanticen un aumento cualitativo en el grado en el
cual los hechos sociales y económicos, sean gobernados con una conciente toma de decisiones al
nivel de la colectividad humana como un todo.
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Las proposiciones nucleares de la teoría de Marx del valor-trabajo son fundamentales para su
teoría de la crisis capitalista, en particular su ley de la tendencia de la caída de la tasa de
beneficio. También su visión del capitalismo, como un modo de producción en el que la
medición del bienestar social es necesariamente hecha en términos del tiempo de trabajo
abstracto (la forma fenomenal de la moneda); por tanto esta medición no es natural ni eterna,
pues tiene bases sociales e históricas. La existencia de la segunda contradicción refleja la
emergencia de los impedimentos materialmente reales y tangibles a la acumulación, pero
también reflejan la voluntad de las fuerzas sociales para definir los parámetros de la
transformación de la naturaleza, de la producción.
Podría entonces concebirse un modo de producción que no use tal medición (bienestar en tiempo
de trabajo) y que pueda redirigir la economía de trabajo aportada por la tecnología a la
expansión cualitativa y cuantitativa del tiempo libre disponible, que puede capacitar a todos los
seres humanos a desarrollar sus capacidades en forma completa. Lo que se opone a tal proyecto
es la estructura de relaciones socioeconómicas que constituyen el fundamento de la ley
capitalista del valor.
La “ciencia económica” burguesa no puede cuestionarse a sí misma, es como pedirle a un mono
que se corte la rama en donde está colgado. La economía como una disciplina autónoma nació
como una teoría del capital y como tal permanece. Solo una ciencia no burguesa puede ofrecer
un cambio de la teoría que ayude a cambiar la realidad, una tal que considere las condiciones
objetivas del movimiento social, es decir, las leyes del movimiento de la sociedad como sistema
concreto: de sus componentes, estructura, ambiente, mecanismo y superestructura, que permita
explicaciones objetivas que son además una condición necesaria para la transformación social
por medio de las fuerzas resistentes al capital.
A pesar del discurso ideológico de ésta década proclamando la “muerte del comunismo” (una
celebración apagada por la severa y larga depresión global), la teoría del valor-trabajo de Marx,
la cual supone una teoría general de la sociedad como sistema concreto (tiene que ver con toda
cosa), queda como el único marco de apoyo serio para tratar la irracional, contradictoria y
crecientemente peligrosa trayectoria actual del modo capitalista de producción.
Si es verdad que las “desigualdades” y el “bienestar oligárquico” define al modo de producción
capitalista de hoy día, lo es también que el bienestar (entendido como las cosas útiles y de
servicio que constituyen los estandares de vida y su capacidad para satisfacer continuamente sus
necesidades), podría generalizarse a todo la población del mundo una vez que cese de medirse
con formas “relacionalmente” antagónicas, centralizadas en términos del trabajo abstracto
socialmente necesario. Aun para los burgueses y sus ideólogos montados en el mismo barco, esta
sugerencia o posición conceptual debe considerarse con seriedad científica, particularmente
cuando se aprecia que la tasa de crecimiento a largo plazo de la economía global está cayendo y
que son absolutamente necesarios para evitar una catástrofe ecológica, tasas más altas de
crecimiento en todos los sectores de la economía mundial, en un mundo finito.
El continente de tal ciencia lo abrió Marx y si se está en lo correcto, si las relaciones de “valor”
han acabado su potencial para contribuir a la creación del bienestar humano y el cumplimiento
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de las necesidades humanas a una escala global, entonces es obligatorio para la humanidad
buscar una nueva forma de organización socio-económica que trascienda estas relaciones, que
determinan el tremendo desarrollo potencial de la ciencia y la tecnología y la división del trabajo
que el capital ha tenido en los pasados pocos siglos.
La retórica de la “economía del mercado libre” es el manto ideológico de un despotismo que
tiene a la mayoría de la humanidad amarrada, sean trabajadores o capitalistas: el despotismo de
la “mano invisible” de las fuerzas del mercado operando detrás de la colectividad humana cuyo
destino determinan. Este despotismo ha decretado que la vida económica de los seres humanos,
sobre cuya base dependen todos los “modos de vida”, sea gobernada por la ley del valor-trabajo,
sea o no concientemente comprendida por los individuos, sirvan o no las necesidades colectivas
de la humanidad. Para quebrar este despótico poder se requerirá una decisión conciente para
tomar socialmente el control de los mecanismos de producción y reproducción, de la producción
de decisiones concientes de la práctica humana como seres colectivamente organizados, es decir,
la ideología opuesta a la existente.
Pero tal decisión debe ser predicada sobre un reconocimiento previo: que la ley del valor-trabajo, las relaciones de producción del capitalismo-realmente-existente, no es una ley
“eterna” de la sociedad humana y que puede ser superada.
Si la estructura y su ley de reproducción del modo de producción capitalista actual (ley del
valor-trabajo) hacen, como observa justamente Baudrillard, que el capital se convierta en su
propio mito, en una máquina interminable aleatoria, parecida a un código genético, a un cáncer
que no deja campo para el planeamiento de su inversión, la pregunta queda: ¿cómo romper su
verdadera violencia?; ¿puede la ley históricamente limitada trascenderse, de tal manera que le
permita a la humanidad superar nuestros problemas más grandes, socio-económicos, culturales, y
ecológicos?
Lo que se ha perdido hoy día es la creencia cientificista (por tanto determinista) en el progreso,
resultado ideológico directo del triunfalismo teleológico; y lo que no se ha perdido es la visión
desmitificadora y el análisis concreto y abierto para una recategorización. Esto permitiría una
base adecuada para combatir el rechazo de parte de los “estudios culturales” de cualquier esencia
y totalidad. Además se necesita rehabilitar el buen nombre de la naturaleza humana y que
renazca la “imaginación socialista”, algo que ha sido terriblemente destruída desde que los
procomunistas de Moscú y los capitalistas se unieron proclamando la identidad del Estalinismo y
el socialismo/comunismo. Por eso es que es necesario revisitar y revisar de nuevo a Marx, pues
es precisamente para este tipo de imaginación que la teoría del valor-trabajo de Marx sirve, para
estimular el reto de la inevitabilidad de las relaciones de valor y reafirmar la capacidad humana,
la de los seres que crean la realidad humano-social, para que entonces puedan transformar
radicalmente sus relaciones económico-sociales.
El mercado como afirma Smith [Smith, M. 1994] es un Leviatán vestido de oveja: su función no
es impulsar y perpetuar la libertad (aunque sea solo una variedad política de libertad) sino más
bien reprimirla. La ideología de mercado asegura que los seres humanos la destruimos cuando
intentamos controlar nuestros destinos (“socialismo es imposible”) y que somos afortunados en
poseer un mecanismo de relaciones impersonales -el mercado- que puede substituir al
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planeamiento y reemplazar las decisiones humanas: solo necesitamos mantenernos limpios e
hiperrealizados.
La resistencia, la práctica política opuesta, comienza con la consideración de que nunca se debe
dejar de entender y exponer el más preciado secreto del capital: que ya ha cumplido su papel
histórico como medio para el desarrollo cultural, el bienestar material y social y el bienestar
general de la humanidad.
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22. Wallerstein, Inmanuel: (1983) Historical Capitalism. London: Verso Books.
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SOBRE EL AUTOR: Dr. Ing. Rodolfo Herrera J. profesor emérito Univ. de Costa Rica,
rodolfoh@racsa.co.cr
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