ul, 2013 a las 8:21 A.M.
LAS BANANA REPUBLIC SON AHORA CUATRO NACIONES EUROPEAS.
Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA).
I
Cuando Álvaro García Linera, el vicepresidente de la República Plurinacional de Bolivia, se dirigió al pueblo boliviano y a la comunidad internacional, el martes 2 de julio recién pasado, en horas del mediodía, para indicar que Evo Morales Ayma, el jefe de estado boliviano, se encontraba secuestrado en territorio europeo, concretamente en la ciudad de Viena, la capital austríaca, dentro de lo que constituía una escala inesperada en el itinerario de su vuelo programado entre Moscú y la capital de Bolivia, la ciudad de La Paz, al serle retirado al avión presidencial boliviano el permiso de sobrevuelo, anteriormente concedido, sobre los territorios de Francia, España, Italia y Portugal, no hacía otra cosa que poner el dedo en la llaga de una herida muy profunda, infligida por un grupo de gobernantes europeos a todos los latinoamericanos, en especial al noble y valiente pueblo boliviano. La inaudita, y a todas luces inaceptable agresión, que se nos estaba haciendo en la persona del presidente de Bolivia, cuya vida fue puesta en peligro, por lo imprevisto de los hechos que obligaban a un reabastecimiento de combustible, cosa que resultaba incierta si el gobierno de Austria no le hubiera concedido permiso para aterrizar en el Aeropuerto de Viena. La actuación de los mencionados países europeos, al margen de la legalidad internacional, bajo el pretexto de que Edward Snowden el fugitivo ciudadano estadounidense, hoy perseguido por denunciar ante el mundo las acciones delictivas que llevan a cabo los gobernantes de su país, se encontraba en el avión presidencial boliviano fue, por así decirlo, la medida de la gota que colmó el vaso (it’s the straw that broke the camel’ s back, como se dice en inglés) de nuestra paciencia latinoamericana frente al racismo y a los otros resabios del colonialismo europeo, ahora al servicio de Washington. La agresión en la persona de un presidente de nuestra área continental, hijo de uno de los pueblos originarios de más larga tradición, como es el caso de la nación aymara, parece no haber sido casual, en medio de la obsesión imperialista por controlar y espiar todo, aun a costa de traerse abajo toda la legislación internacional tejida, a lo largo de los últimos tres siglos, para garantizar, al menos, un poco de convivencia civilizada entre las naciones.IIDurante bastante tiempo, décadas probablemente, muchos europeos se han reído de nuestras pequeñas republiquetas de la América Central, dándonos el poco amable calificativo, en lengua inglesa, de bananas republic, describiéndonos así como unos pequeños estados que nos limitábamos a obedecer, ante la primera llamada, las órdenes y designios del imperio estadounidense, hoy convertido en la única superpotencia que quedó al concluir el medio siglo de guerra fría, durante el cual los Estados Unidos y la hoy desaparecida Unión Soviética sostuvieron una guerra no tan fría, la que en algunos momentos llegó a escalarse y a exteriorizarse en la explosión de algunos conflictos bélicos, por lo demás cruentos y prolongados, tal y como ocurrió en la región del sudeste asiático, durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta del siglo anterior.Como una verdadera paradoja, dentro de lo que no deja de resultar algo asombroso en sumo grado, hoy nos encontramos con que son algunas naciones europeas, por no decir todas o la gran mayoría de ellas, las que se comportan como bananas republic, frente a los obsesivos y paranoicos reclamos de los Estados Unidos, cuyos gobernantes parecen estar empeñados en convertir a su propio país en el eje de un nuevo imperio del mal, parodiando a los viejos totalitarismos nazi-fascista y estaliniano, aunque intentando cubrirse todavía con un disfraz democrático, cada más desprovisto de asidero real. Pareciera que los Estados Unidos se empeñan en parecerse, cada vez más, a sus antiguos adversarios de la llamada Unión Soviética, adoptando algunos rasgos de lo que Ronald Reagan quería ver en los gobernantes soviéticos al calificarlos como la cabeza de un Imperio del Mal, el que por ironías de la historia se derrumbó pocos años después. Negando, con toda clase de pretextos e hipócritas mentiras, las libertades públicas y los más elementales derechos de la ciudadanía estadounidense hacia el interior y hacia el exterior de sus fronteras, la Casa Blanca y el Pentágono estadounidense, con el decisivo concurso de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y sobre todo de la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos(SNA), la administración del Presidente Obama ha venido superando, en muchos aspectos, a la de su antecesor George Bush Jr en el intento de convertir a su país en una dictadura de los tecnócratas del aparato militar y de inteligencia, al servicio de los más obscuros designios imperiales(El complejo industrial-militar de que hablaba el general Dwight Eisenhower, al concluir su gobierno, allá por 1959 y los banqueros de Wall Street). El pretexto de muchas de estas acciones fueron los sucesos del 11 de septiembre de 2001, en la ciudad de Nueva York, con las explosiones que produjeron la caída de las Torres Gemelas(Twin Towers) donde se ubicaba el World Trade Center, unos hechos que les permitieron implementar las llamadas Actas Patrióticas I y II, con las que se elimina hasta el principio del habeas corpus y otros aspectos esenciales de las libertades públicas, creando entretanto una histeria sobre el terrorismo entre la población estadounidense, la que sumida en el miedo terminó aceptando la negación, en los hechos, de lo habían creído que era la razón de ser de los Estados Unidos de América y de su presunta vocación democrática.Ahora los lacayos del imperio de Washington se llaman Francia, España, Italia y Portugal unos países, que haciéndose eco de las órdenes de Washington y sus servicios de inteligencia, obedecen a la primera señal que se les envía, aunque si nos atenemos a las actitudes de sus burócratas y al silencio de sus gobernantes, no parecen darse cuenta de lo estrepitoso de su caída, como es el caso del comportamiento del actual gobierno francés, prestándose para el secuestro del presidente boliviano Evo Morales Ayma, una conducta de la que no han sido capaces de dar explicación alguna y con la que han puesto a Francia a la altura el régimen colaboracionista de Vichy, en el transcurso de la ocupación nazifacista de ese país en período de la Segunda Guerra Mundial y a la del comportamiento de la extrema derecha francesa, a lo largo de los últimos años de la guerra de independencia de Argelia. El socialconfuso de François Hollande, actual presidente francés, es uno de los pocos que todavía no lo sabe o, a lo mejor, prefiere poner oídos sordos.Poco o nada ha quedado de aquella Francia, construida por el General Charles De Gaulle y sus seguidores, que se mantuvo fuera de la Organización del Tratado del Atlántico Norte(OTAN), a lo largo de varias décadas: una Francia que sabía defender su independencia frente a los designios hegemónicos de otras potencias, tal y como ocurrió todavía hace diez años, cuando bajo la presidencia del gaullista Jacques Chirac, la nación de los galos se atrevió a decirle no a los Estados Unidos junto con Alemania y Rusia, en el momento en que Busch, Aznar y Blair se preparaban para darle el zarpazo final al estado-nación de Irak.
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